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13 de julio de 2017

EL LIBRO DE URANTIA - documento 2, La Bondad de Dios


En el universo físico podemos ver la belleza divina, en el mundo intelectual podemos discernir la verdad eterna, pero la bondad de Dios se encuentra solamente en el mundo espiritual de la experiencia religiosa personal. En su verdadera esencia, la religión es fe y confianza en la bondad de Dios. Dios podría ser grande y absoluto, e incluso inteligente y personal de algún modo, en la filosofía; pero en religión Dios debe ser también moral; debe ser bueno. El hombre podría temer a un Dios grande, pero sólo en un Dios bueno puede confiar, y sólo a un Dios bueno puede amar. La bondad de Dios es parte de la personalidad de Dios, y su plena revelación aparece tan sólo en la experiencia religiosa personal de los hijos creyentes de Dios.
 La religión implica que el supermundo de la naturaleza espiritual conoce las necesidades fundamentales del mundo humano y responde a ellas. La religión evolutiva puede llegar a ser ética, pero sólo la religión revelada puede hacerse verdadera y espiritualmente moral. El antiguo concepto de que Dios es una Deidad dominada por una moralidad augusta fue elevado por Jesús a ese nivel afectuoso y conmovedor de íntima moralidad familiar de la relación padre-hijo, de la cual no hay ninguna más tierna y bella en toda experiencia mortal.
La «abundancia de la bondad de Dios conduce al hombre descarriado al arrepentimiento». «Toda buena dádiva y toda dádiva perfecta baja del Padre de las luces». «Dios es bueno; es el refugio eterno del alma de los hombres». «El Señor Dios es misericordioso y benévolo. Es paciente y abundante en bondad y verdad». «¡Probad y ved que el Señor es bueno! Bendito el hombre que en él confía». «El Señor es misericordioso y lleno de compasión. Es el Dios de la salvación». «Sana al acongojado y cura las heridas del alma. Es el benefactor todopoderoso del hombre».
 El concepto de Dios como rey-juez, aunque fomentó un elevado nivel moral y dio origen a un pueblo respetuoso de la ley como grupo, abandonaba al creyente individual en una triste posición de inseguridad respecto a su situación en el tiempo y en la eternidad. Los profetas hebreos más recientes proclamaron que Dios era el Padre de Israel; Jesús reveló a Dios como el Padre de todos los seres humanos. El entero concepto mortal de Dios está trascendentemente iluminado por la vida de Jesús. El altruismo es inherente en el amor paterno. Dios no ama como si fuera un padre, sino como un padre. Él es el Padre en el Paraíso de todas las personalidades del universo.
 La rectitud implica que Dios es la fuente de la ley moral del universo. La verdad muestra a Dios como revelador, como maestro. Pero el amor da y anhela afecto, busca comunión comprensiva tal como la que existe entre padre e hijo. La rectitud puede ser el pensamiento divino, pero el amor es la actitud del padre. La suposición errónea de que la rectitud de Dios era irreconciliable con el amor altruista del Padre celestial, presuponía una falta de unidad en la naturaleza de la Deidad y condujo directamente a la elaboración de la doctrina de la expiación, que es un asalto filosófico a la unidad y al libre albedrío de Dios.
 El amoroso Padre celestial, cuyo espíritu mora en sus hijos de la tierra, no es una personalidad dividida —una de justicia y otra de misericordia— ni tampoco se necesita de un mediador para asegurar el favor del Padre o su perdón. La rectitud divina no está dominada por una estricta justicia retributiva; Dios el padre trasciende a Dios el juez.
 Dios no se vuelve nunca iracundo, vengativo ni airado. Es verdad que la prudencia refrena a menudo su amor, así como la justicia condiciona su misericordia rechazada. Su amor por la rectitud no puede evitar manifestarse por igual como odio por el pecado. El Padre no es una personalidad contradictoria; la unidad divina es perfecta. En la Trinidad del Paraíso existe unidad absoluta pese a las eternas identidades de los coordinados de Dios.
Dios ama al pecador y odia el pecado: esta declaración es filosóficamente cierta, pero Dios es una personalidad trascendente, y las personas tan sólo pueden amar y odiar a otras personas. El pecado no es una persona. Dios ama al pecador porque es una realidad de personalidad (potencialmente eterna), mientras que hacia el pecado Dios no asume ninguna actitud personal, porque el pecado no es una realidad espiritual; no es personal; por lo tanto sólo la justicia de Dios toma conocimiento de su existencia. El amor de Dios salva al pecador; la ley de Dios destruye el pecado. Esta actitud de la naturaleza divina aparentemente cambiaría si el pecador se identificara final y plenamente con el pecado, así como esta misma mente mortal puede identificarse plenamente con el Ajustador espiritual residente. Ese mortal identificado con el pecado se volvería entonces completamente carente de espiritualidad en su naturaleza (y por tanto personalmente irreal) y experimentaría eventual extinción del ser. La irrealidad, incluso el hecho de que la naturaleza de las criaturas es incompleta, no puede existir eternamente en un universo progresivamente real y crecientemente espiritual.
 Frente al mundo de la personalidad, Dios se descubre como persona amante; frente al mundo espiritual, es amor personal; en la experiencia religiosa, es ambas cosas. El amor identifica la voluntad volitiva de Dios. La bondad de Dios descansa en el fondo del libre albedrío divino: la tendencia universal al amor, a mostrar misericordia, a manifestar paciencia y a ministrar el perdón.

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