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14 de julio de 2016

el error de Rivera que podría convertir a C's en UPyD

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© Getty Images rivera
Votar que no y luego no votar: el error de Rivera que podría convertir a C's en UPyD
Ciudadanos tenía un buen plan, pero lo han vendido como una serie de torpezas

Ciudadanos no quiere unas terceras elecciones. Para ello, están dispuestos a conceder, a cambio de nada, la formación de un gobierno de Mariano Rajoy. Con un esquema casi de postureo: votar “no” en la primera vuelta de la investidura y abstenerse en la segunda. Y decimos postureo porque lo han anunciado así: comunicando tras la reunión de la ejecutiva que la votación ya está decidida.

El gobierno de Rajoy en solitario es, para Rivera, "la única alternativa que tenemos al bloqueo. A pesar de que no vamos a apoyar, de que no vamos a entrar en un Gobierno con el que no compartimos sus principios y valores, tenemos que escoger entre lo malo y lo menos malo”. Esto, pese a que Rajoy todavía no ha negociado directamente con los partidos, bajo el argumento de que lo importante es la estabilidad de España.

De un plumazo, con una mala elección de los tiempos, Rivera ha situado a Ciudadanos al borde de la irrelevancia política, en la misma posición inane que UPyD ocupó antes que él: retórica sin posibilidad (aparente) de acción. Lo que los votantes han oído hoy del cuarto partido de España no es un plan, sino tres torpezas: incumple su promesa electoral de no dejar gobernar a Rajoy -a la persona, no al partido-; exhibe el miedo ante las consecuencias que tuvo el pacto con Pedro Sánchez en la pasada legislatura (400.000 votos menos); y garantiza que los más de tres millones de votantes estarán, sin negociación previa, al servicio de aquel gobierno que querían descabezar. La “nueva política” ha cometido un error de principiante nervioso.

Rivera llegó a la pasada legislatura como uno de esos rookies-estrella de la NBA: convencido de sus talentos, que nadie pone en duda, se dispuso a ordenar el panorama político apostando por un perdedor nato (Pedro Sánchez, cuyo PSOE va de más o menos en cada elección), dibujando un cuaderno de jugadas completísimo, en vez de unas directrices flexibles en las que pudiesen encajar otras formaciones. Si el otro novato, Podemos, quería sentarse en la mesa, sólo podía hacerlo siguiendo sus condiciones:sesenta y seis páginas inmodificables.

Y se encontró con la cruda realidad que cualquier debutante tiene que afrontar: es difícil demostrar lo que vales cuando no tienes el balón, cuando nadie te asiste, cuando te “secan” por listo. El resultado fueron unas segundas elecciones de las que ya sabemos el resultado: parte del electorado no entendió bien eso de que centro significa no tener que decir nunca lo siento y volvió al PP, convencidos de que Ciudadanos no era su Iznogud: que Albert no quería ser Califa en lugar del Califa a cualquier precio.

Ahora, son los nervios por querer lucirse cuando los números no acompañan los que le han llevado a este tropiezo: anunciar que se vota “no” y luego no se vota, del tirón. De la nada. Sin que nadie le preguntase. La “estabilidad de España” se ha convertido en su excusatio non petita. En la autoacusación de alguien que con 32 diputados cree que tiene que mover ficha antes que nadie.
El plan mal contado

Ciudadanos en realidad tiene un plan muy distinto a esta rendición que percibe la gente. La idea es que no haya terceras elecciones. Bien, de acuerdo. Por España y por ellos mismos. La repetición, como vimos, sólo benefició al PP y al estilo Rajoy, eso de no mover un dedo y ver qué pasa que le ha funcionado una y otra vez, en circunstancias incluso más adversas que ésta.

El análisis es correcto: la única posibilidad real de evitar esa vuelta a las urnas es un gobierno de Rajoy, al que con medio millón de votos extra y más diputados, nadie puede tumbar como condición previa. Pero está mal vendido. Porque el plan es arrinconar a Rajoy en un gobierno débil, sin acuerdo de legislatura, que le obligue a negociar cada línea de cada ley que quieran sacar adelante. Durante cuatro años, en estas circunstancias, el talante de diálogo de Ciudadanos podría salir muy beneficiado: “ofrecimos mil enmiendas, nos sentamos en la mesa, fue el PP”, cada vez que algo no salga. Fue el PP el que no quiso. Fue el PP el que actuó como si tuviese 200 diputados y el rodillo del decreto-ley que tanto ha gustado a todos nuestros presidentes. Fue el PP, en cada titular de una prensa que no sabe vivir sin confundir la sección España con la sección Política. Era un buen plan.

Sobre todo porque juega con dos elementos: el "no" permanente de Sánchez, y Rajoy amenazando con repetir esa jugada de que no se va a presentar si no tiene apoyos. La abstención incondicional de Ciudadanos podría obligar a Rajoy a retratarse de una vez.

¿Se imaginan? Una legislatura parlamentaria de verdad, en la que el vaivén no dependiese de partidos nacionalistas, sino de cuatro fuerzas principales. Es, en parte, esa regeneración que quería Albert Rivera -un poco parecida, con distancia, a esas dos legislaturas en las que Zapatero fue el primero que dijo que adelante, que no pasa nada por gobernar en minoría-. Ojalá lo hubiesen vendido así: “nos abstendremos las dos veces, porque Rajoy no puede huir más de su responsabilidad: le toca gobernar, sí, bajo el control del resto de votantes”.

O, qué demonios, ojalá no haber dicho nada. Rivera ha llegado a una mesa vacía de jugadores de póker, ha empujado todas sus fichas al resto de la mesa y ha dejado las cartas bocarriba, porque todavía no está seguro de si un ful es más o menos que una escalera.

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