Acumulación por desposesión
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- noviembre 19º, 2012
Desposeídos de la cultura, desposeídos de la sanidad, desposeídos de la educación, desposeídos de la propiedad, desposeídos de nuestro cuerpo, desposeídos de nuestra dignidad, desposeídos de nuestros derechos, desposeídos de otra posibilidad.
La historia del capitalismo es la historia de una continua desposesión, la historia de una continua extracción de aquello producido colectivamente.
Sin esa continua acumulación por desposesión, sin los decretos, rumbos institucionales y tácticas capitalistas para cercar y extraer renta de la producción social, el régimen de acumulación capitalista no podría mantenerse.
Esa es la esencia de un modelo injusto en su origen e injusto en su desarrollo histórico.
Si bien el presente habla por sí solo, viajemos un momento a finales del siglo XV para situar sus inicios.
La historia del capitalismo es la historia de una continua desposesión, la historia de una continua extracción de aquello producido colectivamente.
Es bien conocido cómo el paso de una economía feudal a una economía de base capitalista vino acompañado por un violento proceso bajo el que se expulsó a las clases campesinas de las tierras comunales, medio que constituía su principal fuente de supervivencia.
Esto fue lo que Karl Marx describió en el El Capital como “acumulación originaria”, capítulo fundacional del capitalismo que dejaba patas arriba la supuesta “transición natural” que con tanta insistencia relataban los economistas liberales.
A su vez, en el libro El Calibán y la bruja (Federici, 2004) la militante feminista Silvia Federici sitúa en el centro del análisis de la acumulación originaria las cacerías de brujas de los siglos XVI y XVII; la persecución y quema de mujeres que no querían aceptar su papel servil hacia el hombre fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como la colonización y la expropiación del campesinado europeo de sus tierras.
Como comenta Federici «la importancia económica de la reproducción de la mano de obra llevada a cabo en el hogar, y su función en la acumulación del capital, se hicieron invisibles, confundiéndose con una vocación natural y designándose como “trabajo de mujeres”» (Federici, 2004) .
Desposesión y normativización de las tierras, desposesión y normativización de los cuerpos, desposesión y usurpación de otros modos de existencia.
Si volvemos al presente, queda claro que no hay que tomar ese momento como un episodio singular o como una nota al margen de los ciclos de acumulación capitalista.
Los continuos procesos de cercamiento de tierras comunales, la devastación de territorios (tanto materiales como culturales), la larga cola de proceso coloniales y neocoloniales que arrastra el capitalismo, el endeudamiento ciudadano y la dilapidación de otros modos de vida son la base genética de un modelo que se sirve de la desposesión para perpetuarse.
¿Qué es la actual deuda ciudadana sino un claro ejemplo de la estrategia de desposesión capitalista?
¿Qué son los desahucios y el brutal recorte en materia de asistencia pública sino una evidente guerra contra las conquistas sociales?.
Esa es la principal lección que nos ofrece el geógrafo angloamericano David Harvey en su artículo El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión (Harvey, 2004).
En este texto, Harvey pasa minuta de manera ejemplar a un modelo de producción basado en la pulverización de la existencia donde la desposesión no es un capítulo histórico y lejano sino un proceso en pleno curso.
¿Qué es la actual deuda ciudadana sino un claro ejemplo de la estrategia de desposesión capitalista?
Harvey nos cuenta cómo, desde los 70s, la etapa contemporánea del capitalismo ha padecido diversos procesos de sobreacumulación, es decir, la generación de continuos excedentes, tanto excedentes de trabajo (desempleo) como de capital (sobreabundancia de mercancías que no pueden venderse).
Para sobrevivir, el capitalismo se vale de lo que Harvey denomina “ajustes espacio-temporales”, procesos por los cuales se traslada la crisis bien en el tiempo o bien en otros territorios, esto es, aplazándola temporalmente o desplazándola geográficamente.
Una vez devastadas las posibilidades de un momento histórico o las capacidades productivas de un territorio, el capitalismo desplaza sus crisis para encontrar savia nueva bajo la que reproducir las mismas condiciones, iniciando así un nuevo ciclo de acumulación basado en la desposesión.
Como nos recuerda Harvey, las diferentes fases del capitalismo se apoyan en la histórica y actual mercantilización y privatización de la tierra y expulsión de poblaciones campesinas; conversión de diversas formas de derechos de propiedad –común, colectiva, estatal– en derechos de propiedad exclusivos; supresión del derecho a los bienes comunes; transformación de la fuerza de trabajo en mercancía y la supresión de formas de producción y consumo alternativas; los procesos «coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos, incluyendo los recursos naturales; la monetización de los intercambios y la recaudación de impuestos, particularmente de la tierra; el tráfico de esclavos; y la usura, la deuda pública y, finalmente, el sistema de crédito.» (Harvey, 2004).
A esto hay que sumar nuevas maniobras de normativización y dominación sobre el cuerpo mujer, decretando qué puede o debe hacer, invisibilizando su condición productiva y limitando su autonomía.
Lo que es deseable no es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin capitalismo.
Es obvio que frente a este proceso hacen falta fuerzas opositoras que actúen de manera federada a escala mundial, movimientos de revuelta bajo los que imponer «una forma de globalización enteramente diferente, no imperialista, que enfatiza el bienestar social y los objetivos humanitarios asociados con formas creativas de desarrollo geográfico desigual por sobre la glorificación del poder del dinero, el valor del mercado accionario y la multiforme e incesante acumulación de capital a través de los variados espacios de la economía global por cualquier medio, pero que termina siempre por concentrarse fuertemente en unos pocos espacios de extraordinaria riqueza.» (Harvey, 2004).
Difícil imaginar una propuesta política centrada en la justicia social y en la distribución de la riqueza que no centre su lucha en la abolición de este despiadado proceso de desposesión.
El derecho a la bancarrota, la desobediencia a la estafa financiera, la lucha de las clases desposeídas, la constitución de un movimiento de escala terráquea que tome como objetivo un régimen de existencia basado en la producción, conservación y gestión de los bienes comunes, esos son los objetivos políticos que deben movilizarnos hoy.
Lo que es deseable no es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin capitalismo.
Mercados que respondan a necesidades y no fijados como medios abiertos a la explotación y la especulación; derechos que sirvan para confirmarnos como una sociedad justa y no como pretextos para la desposesión.
Lo deseable es la absoluta desaparición del robo institucionalizado como única forma de vida, el juicio a un crimen histórico que logra permanecer invisible y que el actual cambio de época no puede dejar impune.
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- noviembre 19º, 2012
Desposeídos de la cultura, desposeídos de la sanidad, desposeídos de la educación, desposeídos de la propiedad, desposeídos de nuestro cuerpo, desposeídos de nuestra dignidad, desposeídos de nuestros derechos, desposeídos de otra posibilidad.
La historia del capitalismo es la historia de una continua desposesión, la historia de una continua extracción de aquello producido colectivamente.
Sin esa continua acumulación por desposesión, sin los decretos, rumbos institucionales y tácticas capitalistas para cercar y extraer renta de la producción social, el régimen de acumulación capitalista no podría mantenerse.
Esa es la esencia de un modelo injusto en su origen e injusto en su desarrollo histórico.
Si bien el presente habla por sí solo, viajemos un momento a finales del siglo XV para situar sus inicios.
La historia del capitalismo es la historia de una continua desposesión, la historia de una continua extracción de aquello producido colectivamente.
Es bien conocido cómo el paso de una economía feudal a una economía de base capitalista vino acompañado por un violento proceso bajo el que se expulsó a las clases campesinas de las tierras comunales, medio que constituía su principal fuente de supervivencia.
Esto fue lo que Karl Marx describió en el El Capital como “acumulación originaria”, capítulo fundacional del capitalismo que dejaba patas arriba la supuesta “transición natural” que con tanta insistencia relataban los economistas liberales.
A su vez, en el libro El Calibán y la bruja (Federici, 2004) la militante feminista Silvia Federici sitúa en el centro del análisis de la acumulación originaria las cacerías de brujas de los siglos XVI y XVII; la persecución y quema de mujeres que no querían aceptar su papel servil hacia el hombre fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como la colonización y la expropiación del campesinado europeo de sus tierras.
Como comenta Federici «la importancia económica de la reproducción de la mano de obra llevada a cabo en el hogar, y su función en la acumulación del capital, se hicieron invisibles, confundiéndose con una vocación natural y designándose como “trabajo de mujeres”» (Federici, 2004) .
Desposesión y normativización de las tierras, desposesión y normativización de los cuerpos, desposesión y usurpación de otros modos de existencia.
Si volvemos al presente, queda claro que no hay que tomar ese momento como un episodio singular o como una nota al margen de los ciclos de acumulación capitalista.
Los continuos procesos de cercamiento de tierras comunales, la devastación de territorios (tanto materiales como culturales), la larga cola de proceso coloniales y neocoloniales que arrastra el capitalismo, el endeudamiento ciudadano y la dilapidación de otros modos de vida son la base genética de un modelo que se sirve de la desposesión para perpetuarse.
¿Qué es la actual deuda ciudadana sino un claro ejemplo de la estrategia de desposesión capitalista?
¿Qué son los desahucios y el brutal recorte en materia de asistencia pública sino una evidente guerra contra las conquistas sociales?.
Esa es la principal lección que nos ofrece el geógrafo angloamericano David Harvey en su artículo El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión (Harvey, 2004).
En este texto, Harvey pasa minuta de manera ejemplar a un modelo de producción basado en la pulverización de la existencia donde la desposesión no es un capítulo histórico y lejano sino un proceso en pleno curso.
¿Qué es la actual deuda ciudadana sino un claro ejemplo de la estrategia de desposesión capitalista?
Harvey nos cuenta cómo, desde los 70s, la etapa contemporánea del capitalismo ha padecido diversos procesos de sobreacumulación, es decir, la generación de continuos excedentes, tanto excedentes de trabajo (desempleo) como de capital (sobreabundancia de mercancías que no pueden venderse).
Para sobrevivir, el capitalismo se vale de lo que Harvey denomina “ajustes espacio-temporales”, procesos por los cuales se traslada la crisis bien en el tiempo o bien en otros territorios, esto es, aplazándola temporalmente o desplazándola geográficamente.
Una vez devastadas las posibilidades de un momento histórico o las capacidades productivas de un territorio, el capitalismo desplaza sus crisis para encontrar savia nueva bajo la que reproducir las mismas condiciones, iniciando así un nuevo ciclo de acumulación basado en la desposesión.
Como nos recuerda Harvey, las diferentes fases del capitalismo se apoyan en la histórica y actual mercantilización y privatización de la tierra y expulsión de poblaciones campesinas; conversión de diversas formas de derechos de propiedad –común, colectiva, estatal– en derechos de propiedad exclusivos; supresión del derecho a los bienes comunes; transformación de la fuerza de trabajo en mercancía y la supresión de formas de producción y consumo alternativas; los procesos «coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos, incluyendo los recursos naturales; la monetización de los intercambios y la recaudación de impuestos, particularmente de la tierra; el tráfico de esclavos; y la usura, la deuda pública y, finalmente, el sistema de crédito.» (Harvey, 2004).
A esto hay que sumar nuevas maniobras de normativización y dominación sobre el cuerpo mujer, decretando qué puede o debe hacer, invisibilizando su condición productiva y limitando su autonomía.
Lo que es deseable no es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin capitalismo.
Es obvio que frente a este proceso hacen falta fuerzas opositoras que actúen de manera federada a escala mundial, movimientos de revuelta bajo los que imponer «una forma de globalización enteramente diferente, no imperialista, que enfatiza el bienestar social y los objetivos humanitarios asociados con formas creativas de desarrollo geográfico desigual por sobre la glorificación del poder del dinero, el valor del mercado accionario y la multiforme e incesante acumulación de capital a través de los variados espacios de la economía global por cualquier medio, pero que termina siempre por concentrarse fuertemente en unos pocos espacios de extraordinaria riqueza.» (Harvey, 2004).
Difícil imaginar una propuesta política centrada en la justicia social y en la distribución de la riqueza que no centre su lucha en la abolición de este despiadado proceso de desposesión.
El derecho a la bancarrota, la desobediencia a la estafa financiera, la lucha de las clases desposeídas, la constitución de un movimiento de escala terráquea que tome como objetivo un régimen de existencia basado en la producción, conservación y gestión de los bienes comunes, esos son los objetivos políticos que deben movilizarnos hoy.
Lo que es deseable no es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin capitalismo.
Mercados que respondan a necesidades y no fijados como medios abiertos a la explotación y la especulación; derechos que sirvan para confirmarnos como una sociedad justa y no como pretextos para la desposesión.
Lo deseable es la absoluta desaparición del robo institucionalizado como única forma de vida, el juicio a un crimen histórico que logra permanecer invisible y que el actual cambio de época no puede dejar impune.
El TTIP que viene: ni globalización ni proteccionismo, acumulación por desposesión
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- junio 5º, 2017
Marine Le Pen y Donald Trump. LUIS GRAÑENA
Entre las muchas coincidencias que pueden encontrarse en el discurso electoral de Trump y Le Pen se encuentra el rechazo, al menos en el plano formal, de los Tratados de Libre Comercio de nueva generación y en concreto del TTIP y del CETA.
Revestidos de una retórica calificada de “proteccionismo”, primero Trump en su campaña y ahora Le Pen han hecho suyo un discurso antitratados que ni parece que vaya a materializarse ni aporta ninguna alternativa en beneficio de las mayorías sociales.
Desde luego, es innegable que la llegada de la Administración Trump ha marcado un punto de inflexión en las relaciones comerciales entre la UE y Estados Unidos.
Partiendo de esta afirmación, el interés radica en elucidar si la política comercial de Estados Unidos está dando un giro real o si la tan publicitada ruptura con el modelo anterior es un elemento más del discurso electoral/populista sin que exista un cambio real de modelo.
El abandono del proceso de ratificación del Tratado Transpacífico, la paralización de las negociaciones del TTIP, la voluntad de renegociar el NAFTA han sido claros golpes de efecto destinados a mostrar un cambio de ruta del que aún no sabemos cuál es su alcance ni naturaleza exacta.
Lo cierto y verdad es que la contraposición entre “proteccionismo” y “globalización”, que tanto y tan bien explota la extrema derecha a ambos lados del Atlántico, no es una traslación automática de la lucha entre soberanía o democracia frente a neoliberalismo o libre mercado sin frenos.
Aunque sea ese el relato del que Trump o Le Pen intentan aprovecharse, la dicotomía en el fondo es falsa, puesto que en ella subyace una similar estrategia de acumulación por desposesión, que se da tanto en el interior de los países que gobiernan o pretenden gobernar como en sus relaciones con el resto de regiones y Estados de la periferia.
La lectura del documento sobre la estrategia comercial de Trump, que se ha filtrado el pasado mes de marzo, nos da buena cuenta de ello.
En el mismo se afirma que la nueva política significa un cambio “real” respecto de la sostenida por la Administración anterior (lo que en teoría “venden”), aunque un análisis pormenorizado de las propuestas revela el sostenimiento de una línea que nunca se ha perdido: América para los americanos, sí, pero fundamentalmente para algunos y contra la mayoría.
Según el documento, el objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses.
Todas las acciones comerciales, continúa el texto, tendrán como objetivo el crecimiento económico y la promoción del empleo en los Estados Unidos y la protección de las empresas, trabajadores, sectores y mercancías de los Estados Unidos frente a los del resto de países.
En este sentido, se van a primar los acuerdos bilaterales frente a los regionales y se resistirá frente a los intentos de la OMC de debilitar la postura de Estados Unidos en los diversos tratados multilaterales.
En realidad, nada nuevo bajo el sol ni diferente a lo que la gran potencia ha venido realizando en las últimas décadas.
En concreto, Trump se fija los siguientes objetivos: defender y expandir agresivamente la soberanía de Estados Unidos en materia comercial; responder agresivamente a las distorsiones a la libre competencia, incluso si son toleradas por la OMC; sortear las normas de la OMC e impulsar tratados bilaterales que mejoren la apertura de las fronteras de otros países respecto de los productos y servicios estadounidenses; expandir el comercio a nuevos mercados clave y renegociar tratados ya en vigor, en concreto el NAFTA.
Es decir, nada que no estuviera, al menos señalado, en la agenda anterior (Obama y Clinton ya apostaron por renegociar el NAFTA), nada que implique un cambio radical (en lugar del TPP se van a negociar tratados bilaterales con cada uno de los países implicados) y nada que no estuviera presente en la negociación del TTIP.
Como se recordará, el 17 de julio de 2013 el Consejo de la Unión Europea aprobó las Directrices de negociación relativas a la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversión, entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América, más conocido como TTIP.
Este documento, que no se desclasificó hasta el 9 de octubre de 2014, contiene los objetivos y contenidos fundamentales del acuerdo, estableciendo como finalidad primordial el aumento del comercio y la inversión entre la UE y los Estados Unidos.
Para ello, el documento enmarca los contenidos del Tratado en tres grandes pilares: el acceso al mercado, las cuestiones reglamentarias y barreras no arancelarias (cooperación reguladora) y la producción de normas comunes de obligado cumplimiento, incluyendo un mecanismo de solución de controversias inversor-Estado (ISDS).
Este amplio contenido ha justificado que el TTIP, al igual que el CETA, sea bautizado como un “Tratado de Nueva Generación”, ya que su objetivo principal no es el de eliminar aranceles, sino el de servir de marco jurídico para que el capital transnacional proteja sus intereses frente a la discrecionalidad, soberana, de los Estados.
Y aunque tras el cambio en la Administración estadounidense las negociaciones se han paralizado, no se han dado por concluidas; al contrario, parece que ambas potencias están apostando por retomarlas.
Sin duda, una nueva apertura de las mismas vendrá marcada por una notable posición de fuerza de los Estados Unidos que mantendrá las líneas rojas que ya estancaron las negociaciones en el otoño pasado.
Cuestiones como la apertura de los mercados de la contratación pública con la derogación o modificación de la Buy American Act o el reconocimiento de las Denominaciones de Origen ya se plantearon como concesiones imposibles por parte de la Administración Obama y en estos momentos se pergeñan como líneas infranqueables, con más agresividad aún.
Así las cosas, y con el as en la manga que supondría dar prioridad a un tratado de nueva generación con el Reino Unido antes de negociar con la UE, el Gobierno de Trump puede coger el mando de las negociaciones con una Unión Europea a la que la negociación de estos tratados está provocando fisuras cada vez más amplias.
En esta coyuntura, el objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses.
Sea como fuere, la Administración Trump se encontrará delante con una UE aún más desunida y débil, con las contradicciones inherentes a su propio proceso de integración abiertas en canal.
La primacía de lo económico y del mercado en la configuración misma de la UE, sin la necesaria dimensión social que los atenúe, unida a los últimos ataques neoliberales desde sus instituciones a los derechos y al bienestar de las mayorías sociales del continente, han suscitado un sentimiento de rechazo hacia el proyecto que ha sido, por el momento, canalizado con mayor intensidad por la derecha.
La ausencia de mecanismos redistributivos a nivel continental y la consagración jurídica, al mismo tiempo, de la estabilidad presupuestaria como indiscutible camisa de fuerza para las posibilidades de intervención económica de los Estados han provocado que las libertades económicas fundamentales (de movimiento, de capitales, de servicios y bienes…) hayan seguido operando sin diques que las frenen, aumentando la desigualdad y la acumulación de la riqueza a través, y por encima, de los países.
El descontento, por ende, se hará aún mayor si no somos capaces de dar un giro rotundo a la arquitectura misma de la Unión Europea, y la extrema derecha seguirá creciendo si su relato, falso, sigue teniendo un asidero real en Bruselas al que agarrarse.
Ellos, Le Pen y Trump, se erigen en los salvadores de la comunidad, de la Nación y de la seguridad, laboral y social, frente a la globalización institucionalizada y al mundo de las frías cifras del establishment de Washington o de las instituciones de Bruselas.
Pero ellos también, a la vez, no dejan de defender en el fondo los mismos planteamientos que subyacen a las consecuencias que critican y de las que se aprovechan en el descontento generalizado.
Trump seguirá con el libre comercio sin trabas, lo potenciará incluso, y la acumulación de unos pocos y la desigualdad para los muchos aumentará.
Lo hará, eso sí, desde un vigorizado discurso nacionalista y neoproteccionista, mientras sus millonarias cuentas no pararán de crecer y sus empresas, cual metáfora de su misma ideología, no cesarán de saltar de un país a otro protegidas por los tratados de nueva generación auspiciados por EEUU.
Le Pen, de ganar, no acabará con la base socioeconómica que alimenta la desigualdad, la injusticia social y el descontento, como tampoco lo hará Macron, por mucho que ahora ambos decidan que criticar el CETA está à la mode.
El Brexit, por su parte, no supondrá un renovado impulso para la democracia en el Reino Unido, que, de la mano de May y los tories, ya está comenzando a abrazar de nuevo la posibilidad de aumentar los neoliberales lazos con Estados Unidos y de convertir Londres en un paraíso para estos nuevos tratados que amparan, recordemos, la impunidad total de un capital transnacional dueño y señor de los mecanismos tradicionales de poder.
Frente a la atomización social, el individualismo extremo, el empobrecimiento de amplias capas de la población y el aumento de la desigualdad, el capitalismo neoliberal, precisamente la causa de todos estos factores, parece haber encontrado una vía de escape para seguir conservando la acumulación que alienta: el nacionalismo de los falsos proteccionismos que en el fondo no solo no cambian, sino que profundizan, la acumulación por desposesión que estamos sufriendo.
El TTIP que viene tendrá posiblemente otro nombre y otras formas, pero detrás estarán los mismos intereses de siempre al servicio de quienes, desde hace demasiado tiempo ya, vampirizan el futuro de las generaciones presentes y venideras.
Adoración Guamán. Profesora titular de Derecho del Trabajo en la Universitat de València. Gabriel Moreno. Investigador en Derecho Constitucional en la Universitat de València.
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