Psicologia/Valeria Sabater
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Todos nosotros somos libres de nuestros actos pero no de las consecuencias. Un gesto, una palabra o una mala acción ocasionan siempre un impacto más o menos perceptible, y aunque no lo creamos, el tiempo es un juez muy sabio. A pesar de no dar sentencia de inmediato, siempre suele dar la razón a quien la tiene.
El célebre psicólogo e investigador Howard Gardner, por ejemplo, nos sorprendió hace poco con uno de sus razonamientos: “una mala persona nunca llega a ser un buen profesional”. Para el “padre de las inteligencias múltiples” alguien guiado únicamente por el interés propio nunca alcanza la excelencia y esta es una realidad que también suele revelarse en el espejo del tiempo.
Cada uno cosecha lo que siembra y, aunque muchos sean libres de sus actos, no lo son de las consecuencias porque, tarde o temprano, ese juez llamado tiempo dará la razón al que la tiene.
Es importante tener en cuenta que aspectos tan comunes, como un tono de voz despectivo o el uso excesivo de burlas e ironías en el lenguaje, suelen traer serias consecuencias en el mundo afectivo y personal de las víctimas que lo reciben. El no ser capaz de asumir la responsabilidad de dichos actos responde a la falta de madurez que, tarde o temprano, trae consecuencias.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
El tiempo, ese juez tan sabio
Pongamos un ejemplo: visualicemos a un padre educando con severidad y ausencia de afecto a sus hijos. Sabemos que ese estilo de crianza y educación traerá consecuencias, sin embargo, lo peor de todo, es que este padre busca con estas acciones ofrecer al mundo personas fuertes y con un determinado estilo de conducta. No obstante, lo que conseguirá probablemente es algo muy diferente de lo que pretendía: infelicidad, miedo y baja autoestima.
Pongamos un ejemplo: visualicemos a un padre educando con severidad y ausencia de afecto a sus hijos. Sabemos que ese estilo de crianza y educación traerá consecuencias, sin embargo, lo peor de todo, es que este padre busca con estas acciones ofrecer al mundo personas fuertes y con un determinado estilo de conducta. No obstante, lo que conseguirá probablemente es algo muy diferente de lo que pretendía: infelicidad, miedo y baja autoestima.
Con el tiempo, esos niños convertidos en adultos, dictaran sentencia: alejarse o evitar a ese padre, algo que tal vez, esta persona no llegue a entender. La razón de ello está en que muchas veces quien hace daño “no se siente responsable de sus actos”, carece de una adecuada cercanía emocional y prefiere hacer uso de la culpa (mis hijos son desagradecidos, mis hijos no me quieren).
Una forma básica y esencial de tener en cuenta que todo acto, por pequeño que sea, tiene consecuencias, es hacer uso de lo que se conoce como “responsabilidad plena”. Ser responsable no significa solo asumir la culpa de nuestras acciones, es entender que tenemos una obligada capacidad de respuesta hacia los demás, que la madurez humana empieza haciéndonos responsables de cada una de nuestras palabras, actos o pensamientos que generamos para propiciar nuestro bienestar y el de los demás.
La responsabilidad, un acto de valentía
Entender que, por ejemplo, la soledad de ahora es consecuencia de una mala acción del pasado es sin duda un buen paso para descubrir, que todos estamos unidos por un finísimo hilo donde un movimiento negativo o disruptivo, trae un como consecuencia un nudo o la ruptura de ese hilo. De ese vínculo.
Procura que tus actos hablen más que tus palabras, que tu responsabilidad sea el reflejo de un alma; para ello, procura tener siempre buenos pensamientos. Entonces, ten por seguro que el tiempo te tratará como mereces.
Es necesario tener en cuenta que somos “propietarios” de gran parte de nuestras circunstancias vitales, y que una forma de propiciar nuestro bienestar y de aquellos que nos rodean es mediante la responsabilidad personal: todo un acto de valentía que te invitamos a poner en práctica a través de estos sencillos principio.
Claves para tomar conciencia de nuestra responsabilidad
El primer paso para tomar conciencia de “la responsabilidad plena” es abandonar nuestras islas de recogimiento en las que focalizamos gran parte de lo que acontece en el exterior en base a nuestras necesidades. Por ello, esta serie de constructos son adecuados también para los niños. Utilizándolos con ellos podemos enseñarles que que sus actos, tienen consecuencias.
Lo que piensas, lo que expresas, lo que haces, lo que callas. Toda nuestra persona genera un tipo de lenguaje y un impacto en los demás, hasta el punto de crear una emocionalidad positiva o negativa. Hemos de ser capaces de intuir y ante todo, de empatizar ante quien tenemos delante.
Anticipa las consecuencias de tus actos: sé tu propio juez. Con esta clave no nos estamos refiriendo a caer en una especie de “autocontrol” por el cual llegaremos a ser nuestros propios verdugos antes de haber dicho o hecho nada. Se trata solo de intentar anticipar qué impacto puede tener una acción determinada en los demás y, en consecuencia, también en nosotros mismos.
Ser responsable implica comprender que no somos “libres” del todo. La persona que no ve límite alguno en sus actos, en sus deseos y sus necesidades, practica ese libertinaje que, tarde o temprano, también trae consecuencias. La recurrida frase de “mi libertad termina donde empieza la tuya” adquiere aquí su sentido. No obstante, también es interesante intentar propiciar la libertad y el crecimiento ajeno, para de este modo, alimentar un círculo de enriquecimiento mutuo.
Vale la pena ponerlo en práctica.
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