El Central Hispano falseó su contabilidad para ocultar pérdidas. El banco se aprovechó de los accionistas de Dragados al transferirles las mismas. Casualidades de la vida. En diciembre de 1998 teníamos listo un asunto, del que nos llevó su tiempo, que como siempre teníamos que tener la seguridad de lo que íbamos a publicar ya que era un delito y facilitamos los nombres y apellidos. Robar todavía estaba vigente en el Código Penal. El bagaje que llevaba en mis espaldas como sindico, en representación de los acreedores, en las quiebras me ayudó y mucho. El asunto tenía su calado, los accionistas de Dragados se vieron forzados a asumir las pérdidas del Banco Central Hispano, BCH. El enjuague para endosar las pérdidas del banco era de estar por casa. El BCH tenía el 23% de las acciones de la constructora Dragados, y entre otras el 100% de una sociedad llamada Comylsa que acumulaba fuertes pérdidas con el banco. En 1994 y poco antes del cierre del ejercicio, en su condición de mayoritario dentro de los accionistas minoritarios de Dragados, el banco forzó a esta empresa a la compra de las acciones de Comylsa. Con la operación, el balance del banco que hubiera reflejado pérdidas de hasta 8.000 millones de pesetas, pasó a mostrar unos beneficios de 23.000 millones de pesetas. Posteriormente, en 1996, el banco instó la absorción de Comylsa por parte de Dragados, que pasó a incluir en su balance las deudas de aquella. La quiebra, inevitable, de Comylsa que hubiera llevado al BCH a mostrar pérdidas, por arte de birlibirloque se las endosaron a los accionistas de la constructora Dragados y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la responsable de la ortodoxia en Bolsa, tragó con todo.
Nunca pensé que aquel artículo pudiera traer tanta complicación. El cielo se nos vino encima. A fin de cuentas lo publicado sostenía que un banco falseaba su contabilidad, visto lo antes publicado no era para tanto. Aquí lo que sobrepasaba era que las pérdidas del banco se las endosaba al 77% de los accionistas de Dragados que nada tenían que ver con el desaguisado. El mal sueño empezó cuando se presento en mi despacho un notario que me soltó una letanía que traía escrita. Debía de rectificar, de la primera línea hasta la última, el artículo publicado que se extendía, con profusión de datos, por siete páginas. De no hacerlo, todos los males del infierno iban a recaer sobre mí y la sociedad editora. Me puse en contacto con la dirección del BCH en Barcelona, todo parecía super exagerado, yo estaba dispuesto a rectificar todo aquello que me demostraran que era incorrecto. Eran inflexibles, la orden venía de arriba y era todo. A continuación, tan sólo unos días después, oh¡ sorpresa, el intríngulis del asunto quedó desvelado.
Emilio Botín, el presidente del Banco Santander, y José María Amusátegui, presidente del Banco Central Hispano anunciaban a bombo y platillo la fusión, entre iguales, de los dos bancos. A tanta alegría, aplaudida por los medios de comunicación, había un tipo que aguaba la fiesta de la gran boda al afirmar que la dote de uno de los contrayentes estaba falseada. Entendieron que con esta lacra informativa el casamiento podía peligrar. La solución estaba a mano, era cuestión de aproximarse a las palabras del sacerdote en el oficio de enlace “…..o que calle para siempre”. Lo publicado era explicito, el balance contable del BCH estaba falseado por lo que la valoración de las nuevas acciones, producto de la fusión, era una entelequia. Estaba seguro que esta gente no iban a parar hasta desacreditar lo que en La Banca se decía. Puedo asegurar que fue una casualidad. No tenía ni la más remota idea de la fusión que se llevaban, secretamente, entre manos. Los banqueros y los letrados de la asesoría jurídica no lo creyeron así, y me otorgaron la etiqueta de asaltacocinas, ¿Cómo este tipo ha podido llegar hasta la cocina si el potaje se preparaba en absoluto secreto? Insisto, cosas de la vida: casualidad. No había complicidad, es más, en las investigaciones que se llevaban a cabo evitaba el contacto personal con los directivos de los bancos. De inmediato, a la velocidad del rayo, el BCH acudió a los juzgados.
Digo bien, en plural ya que el BCH presentó dos demandas, algo insólito, por un mismo hecho en distintos juzgados de lo civil. Una por daños y perjuicios, la otra por el derecho al honor del presidente del banco José María Amusátegui. Los abogados que presentaban las demandas pertenecían a un encopetado despacho de Madrid, digamos unos de los grandes. Tenían dispuesta y estudiada una estrategia para machacar. Debieron de ver que jurídicamente no les convenía interponer una demanda por lo penal: injurias y calumnias, que bajo su reclamación era lo que correspondía en estos casos. Se decidieron por la vía civil donde pensaban arrasar con su estrategia, de una parte arruinarnos, y por otra, dada la superpotencia de más de un centenar de abogados, ahogarnos en el procedimiento. Para empezar nos daban tres días para dar contestación a las dos demandas. Las presentaron al unísono para colapsar nuestra respuesta, si nos pasábamos del plazo se adjudicaban la victoria por la vía rápida. Era lo que pretendían pero no fue así.
Recuerdo este episodio por la estupefacción que me produjo estar en manos de la justicia y tan indefenso, lo cierto es que me quede pasmado de cómo te pueden machacar, así de entrada, con un plazo de contestación de risa. De nada sirvió, posteriormente, la solicitud, lógica a todas luces, de que el asunto de acumulara en uno sólo. Me quede de piedra cuando el abogado me dijo que me las tenía que apañar por mi cuenta al tener que facilitarle un borrador que contuviera una respuesta al contenido de la demanda. Me pasé 48 horas de reloj frente al teclado y la pantalla del ordenador, un fin de semana entero. Reconozco que cuando leí con atención el texto de estos encopetados letrados no sabía por donde empezar. Había que reconocer que estos presuntuosos abogados que iban a cobrar una minuta de lujo al banco eran soberbios en su trabajo de dar la vuelta a los asuntos que caen en sus manos. No se me ocurrió otra cosa que copiar su argumento y a continuación en letra cursiva dar respuesta. Así, párrafo a párrafo traté de revocar sus manifestaciones elevadas a tesis irrevocables. Una por una. Nuestro abogado no estaba del todo satisfecho por el método empleado, tan poco convencional y alejado del uso y la costumbre, de dar respuesta párrafo a párrafo. Ganamos el caso en primera instancia.
También ayudo a la resolución, algo que a estas alturas de la película ya tenía aprendido cuando se juega con fuego, o mejor dicho con explosivo nuclear, que consistía en remitir por fax el texto integro del artículo que se iba a publicar con el ruego de que estábamos dispuestos a una rectificación en el caso de error. A buen seguro que cuando lo recibieron lo enviaron a la papelera sin más, pero la juez que vio el caso les venía a decir, a los encopetados letrados, que demonios hacían en el juzgado si cuando tuvieron ocasión, antes de que se publicara, no dijeron nada. A todo esto añadía que la documentación aportada acreditaba lo publicado. Explico este episodio para poner de manifiesto que aunque ganamos judicialmente perdimos económicamente. No nos dieron el beneficio de las costas y nos empobreció toda vía más de lo que estábamos.
El Santander y el BCH no estaban satisfechos con esta resolución judicial y volvieron a la carga. Tenían que ganar a toda costa por lo recurrieron la sentencia. Vuelta a empezar, más gastos, más problemas y empezaron a sacar la artillería de los grandes males que se le habían infringido, centenares, miles de millones de pesetas en supuesta baja de la cotización de las acciones. Un perjuicio multimillonario que se salía del mapa. Era cierta la promesa que nos anticiparon de condenarnos a las penas del infierno. La intimidación vino de todas partes y aguantamos el chaparrón. Cuando llego la hora de la sentencia el tribunal me condeno al pago de una peseta, una puñetera peseta. Todos los multimillonarios daños, incluido el derecho al honor del presidente del BCH, José María Amusátegui, valía una triste peseta. Vuelta a lo mismo, ganamos pero perdimos en esta ocasión el Santander y el BCH podían decir, que era un bocazas y le condenaron por embustero. Evidentemente lo de la peseta, la puñetera peseta ni una palabra. No me dio la reputa gana de pagarla y recurrí al Tribunal Supremo.
Creo que soy el primero y el único que ha recurrido al Tribunal Supremo por la disputa de una puñetera peseta. Ahora ya no se puede llegar a tan alto tribunal por algo cuantitativamente tan ridículo. Mi intención se sostenía en que jueces del Supremo se tuvieran que pronunciar sobre el contenido del artículo que era irrefutable: El Central Hispano falseó su contabilidad para ocultar pérdidas. El banco se aprovechó de los accionistas de Dragados al transferirles las mismas. Nada de nada, me enviaron con viento fresco y que si no quería pagar la puñetera peseta que no la pagara. Así hemos ido. Quizás se me ha hecho demasiado larga esta explicación, pero creo que a quien le pueda interesar le ilustra las truculentas vicisitudes que se pasan si alguien se atreve a decir la verdad. Poderoso caballero es Don Dinero. Para tribulaciones las que vienen a continuación.
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