El expolio oculto del Banco de España. El expresidente del Valladolid acusa a Rubio y Rojo de atracadores. Una cosa lleva a la otra. A mí me costó que entrara en mi cabeza que instituciones como el Banco de España, con sus gobernadores al frente, llegaran a estar implicados, en plan protagonista, en estafas y asaltos de una magnitud sorprendente. Si alguna duda podía albergar se hizo añicos cuando un amigo me preguntó si conocía el pleito de Domingo López Alonso con el Banco de España. La respuesta fue que no tenía ni idea y me ofreció un libro escrito por el mismo López Alonso. Sorprendía la portada con tres fotos: Luis Ángel Rojo, Mariano Rubio y Aristóbulo de Juan y el titulo, a todo dar, de ATRACO. De forma explicita se extendía El Robo realizado por Mariano Rubio y Luís Ángel Rojo sirviéndose de su posición de privilegio en el Banco de España. Dejaba constancia del nombre y apellidos de los atracadores. Para nada aparecía el término “supuestos atracadores” directo a la yugular: Atraco. Importe del botín sustraído 23.183.800.000 de pesetas del año 1978. Era como para quedarse sin respiración. Resultaba que de este asunto no tenía ni idea. Supongo, igual que me pasó a mí, que tú en tu vida has oído hablar de Domingo López Alonso. El buen hombre me ofreció esta dedicatoria: Le dedico este libro a José Manuel Novoa. Para que conozca las atrocidades de las que he sido objeto, perpetradas por los elementos que vienen en la portada, que estando obligados a dar ejemplo de honradez, honestidad y ética en sus procedimientos, son los que cometen, robos, atropellos y estafas. Con un cordial abrazo. Conservo el libro como oro en paño. Después lo fui visitando en mis viajes a Madrid. Guardo un recuerdo extraordinario de este hombre extraordinario.
Cuando lo conocí, Domingo López Alonso tenía unos cuantos años a sus espaldas pero la cabeza la tenía en su sitio. En las conversaciones que tuvimos me ilustró de los atropellos cometidos por los personajes del Banco de España. Actuaban como clan en nombre y representación del Gobernador. Las tropelías cometidas por el clan estuvieron a la orden del día, siempre al rebufo de las quiebras bancarias, algunas reales y otras inventadas, con el fin de movilizar los cuantiosos fondos públicos bajo su control y desarmar a los accionistas, sobretodo los pequeños, de los bancos que tenían la fatalidad de que los señalaran con el dedo pulgar hacia abajo. El campo estaba abonado y la semilla del mal comenzaba a brotar, el procedimiento de incautación no era muy diferente al aplicado, con notable éxito, por el mariscal Goering en el saqueo de las mejores colecciones de arte de Europa. El mariscal contó con un esbirro de lujo, Hans Wendland, que se dedicó con fervor a la tarea de quedarse con lo que no es suyo por la vía fácil de la legitimidad. Fritz Goodman, propietario del Dresdner Bank, sucumbió a una sobredosis de legitimidad al colocarle la etiqueta demonizadora de judío. La familia Goodman no lo era pero importaba poco en plena Alemania nazi, el mero pronunciamiento de un mariscal del Tercer Reich recibía de inmediato la categoría de indiscutible. Su extraordinaria colección de arte pasó a manos del mariscal y el matrimonio Goodman fue gaseado. El expolio era inapelable y el arma letal infalible. El clan disponía del reactor nuclear del expolio: la jefatura del Servicio de Inspección del Banco de España, la cumbre de depredación del sistema que nada tenía que envidiar al etiquetado del mariscal Goering.
Hasta entonces, el banco emisor había estado a cargo de abogados del Estado empapados de la filosofía del gris funcionario público. El clan lo cambió todo, introduciendo sus miembros que desplazaron a la tradicional vieja guardia. En la Corporación Bancaria, que era la institución que congregaba a los bancos en activo y tenía la facultad de discrepar sobre la insolvencia de uno de sus miembros, El clan colocó a uno de sus más leales colaboradores, Aristóbulo de Juan en un puesto clave para los fines del clan. Incluso, ya por aquella época llegaron al Banco de España miembros del clan que habían hecho carrera política y tenían los mejores contactos en el Congreso de los Diputados. El clan que convirtió en un monstruo de dos cabezas, la política y la económica, teledirigido por Mariano Rubio y a la vez que ganaban prestigio eran la bestia negra de las familias tradicionales que controlaban la banca en el inmediato franquismo.
Los escarceos con pequeños bancos les dio tiempo a los miembros del clan a manejar con habilidad la maquinaria, probar la inhabilidad de la justicia, y el silencio de los políticos al practicar el infalible garrotazo de la inspección que dejaba tieso a quien se le pusiera por delante. Con aura de santidad sus decisiones iban a misa por lo que elevaron el nivel de actuación dada la eficacia demostrada. Estaban preparados para jugar en primera división. El asalto, en toda regla, de uno de los diez primeros bancos del país: el Banco de Valladolid. Una perita en dulce por lo accesible del golpe de mano al disponer de un socio mayoritario con el 70 % de las acciones y que al margen de la presidencia del banco también lo era de varias importantes empresas. López Alonso era una perita en dulce para esta tropa de desalmados y enseguida lo apuntaron como victima propiciatoria. La historia López Alonso era extraordinaria al más puro estilo del hombre hecho a sí mismo. Acabada la Guerra Civil, España estaba en ruinas, todo estaba por hacer, y López Alonso con una mano delante y otra detrás trabajo con ahínco y acierto. En 1978 era el hombre más rico de España. Tenía empresas mineras, de transporte, de construcción, una impresionante flota pesquera, bodegas de vinos, financieras, compañías de seguros. Pero su mal paso fue cuando adquirió el Banco de Valladolid, un pequeño banco de provincias que en sus manos llegó a codearse entre los más grandes del país.
La camarilla del clan, por sus hazañas anteriores ladrones de cuello blanco, no podían desperdiciar la ocasión de incrementar su pecunia hasta la estratosfera por lo que le echaron el ojo a la formidable fortuna de López Alonso. La artimaña siempre era la misma, la habían repetido en más de una ocasión, pero nunca a tal magnitud. Un selecto número de funcionarios reportaban a sus jefes imaginadas irregularidades. Estos rápidamente las convertían en flagrante insolvencia. Era la palabra divina de estos truculentos informes con sus actas correspondientes firmadas y selladas por el Banco de España las que se santificaban con la verdad absoluta. El Banco de Valladolid no tenía problemas de solvencia. Alguien avalaría con su fortuna personal si los hubiera. Una noche, a altas horas de la madrugada, en la mismísima sala de reuniones puerta con puerta con el despacho del Gobernador, la camarilla de ladrones de cuello blanco intimidaba de tal manera a López Alonso amenazándole con la cárcel. Hasta que el buen hombre estalló. Enfadado les dijo “Estoy seguro de la solvencia del banco, tanto es así que estoy dispuesto de avalar cualquier desequilibrio con mi fortuna personal”. Fue la mayor equivocación de una vida llena de aciertos.
Nunca pudo imaginar que en las mismas entrañas del Banco de España se pudiera perpetrar un atraco tan sutil del que después se dio cuenta. La camarilla de mangantes tardó tan solo unos minutos en ponerle encima de la mesa el documento de aval. Más tarde se percató que esos canallas ya lo tenían redactado. López Alonso no tuvo manera de poder demostrar la solvencia de su banco del que tenía la mayoría de acciones. No solo se apropiaron del Banco de Valladolid bendecido por una intervención en toda regla que a precio de risa lo había adquirido el Barclays Bank. Todas las empresas de López Alonso fueron cayendo una a una. El artífice del expolio fue la mano izquierda de Mariano Rubio, el escudero Aristóbulo de Juan que había trepado hasta la misma cúspide. El montante del atraco ascendió a más de 23.000 millones de las antiguas pesetas del año 1978. Una verdadera fortuna.
Veinte años después de la intervención del Banco de Valladolid y las vicisitudes de la familia López Alonso el asunto había quedado olvidado como una más de las insolvencias bancarias que por aquella época infectaban a los pequeños bancos. El pleito judicial que el ex presidente del Banco de Valladolid entabló contra los jerifaltes del todo poderoso Banco de España por el atropello cometido caminaba por los juzgados con lentitud pasmosa de ello se cuidaba toda una tropa de abogados. Por la cuenta que les traía y el botín alcanzado aplicaban todos los recursos que los abogados habían cultivado durante años. Más que razonamientos jurídicos el truco consistía en dilataciones y más dilataciones en pasar cuentas. Tenían a la Justicia en sus manos aprovechando a su favor todas las artimañas posibles e inventadas y todavía más. Corrompido, este poder, contribuye a consolidar pocas virtudes y muchos pecados. La mayor ventaja con la que cuenta el establishmentbancario es su propia fachada. ¿Quién, en su sano juicio, puede pensar que detrás de tanta alcurnia y prosapia puede esconderse la peor de las podredumbres? Precisamente esa es la principal ventaja de actuar como manada de lobos disfrazados de corderos. Cuesta pensar que estos mansos corderitos estén estructurados en familias políticas, en supremos jueces, en autoridades monetarias o de supervisión, en poderosos lobbies, o en influyentes banqueros, que todos a una remen en la misma dirección para llevar a su bolsillo el dinero del prójimo.
Toda la sofisticación, de la manada de lobos, al acorralar a la victima sin solución alguna aplicando la correspondiente sobredosis de legalidad, tiene su reminiscencia en el clásico y vulgar carterista. La actuación, lo más rápido posible, después de haber afanado la cartera a la victima de turno es desplazar el botín a un compinche de apariencia respetable que desaparece sigilosamente. El papel de sigiloso cómplice le correspondió al banco inglés Barclays Bank que resulto adjudicado con la subasta apañada del Banco de Valladolid después de saneado en profusión con el curalotodo de los fondos públicos. El asalto, en toda regla, a la fortuna de López Alonso elevó al clan a lo más alto de la depredación con el único inconveniente que habían arrasado con la fauna comestible. Los demás bancos estaban ojo avizor a los movimientos de Mariano Rubio y su exitosa cuadrilla. El próximo golpe era factible pero tenían, como mínimo, un quinquenio en preparativos. Iba a ser un golpe maestro, el golpe de todos los golpes: Banesto.
Para rematar el asunto de Domingo López Alonso queda el lío monumental que viene en consonancia con “la justicia es un cachondeo” la frase que se hizo celebre y aplicada aquí no le falta razón a quien la popularizó. Cuando se supo el contenido del auto sobre el caso dictado el 19 de diciembre de 2005 por el juzgado de Primera Instancia número 4 de Madrid era para caerse de culo. En él se establecía una indemnización de «1.121.877.955,54 millones de euros», unas 1.400 veces el PIB español. Evidentemente, como se aclaró en un nuevo auto, se trataba de un error: sobraban los «millones de». Aun así, es la indemnización más grande jamás concedida a un particular. El Consejo General del Poder Judicial abrió un proceso de información previa, para determinar si procedía la incoación de expediente al juez Joaquín Ebile Nsefum. Resultado: El Fondo de Garantía de Depósitos (FGD) no tendrá que pagar los 1.313 millones de euros que le reclamaba el ex propietario del Banco de Valladolid, El juez Joaquín Ebile asegura en su resolución que los daños y los correspondientes intereses “ya han sido reparados” con el pago de 27,5 millones de euros que recibió del FGD, que actúa en nombre de Barclays, que es contra quien se dirige López Alonso por haber adquirido el Banco Valladolid en 1981. Curiosamente, la Audiencia Provincial de Madrid declaró nulo el pago de esa cuantía y la calificó de “incongruente”, por lo que el Fondo ha exigido que le sea devuelta. En su última resolución, el juez Ebile no se refiere en ningún momento a la orden de la Audiencia Provincial y dictamina prácticamente lo contrario a lo que él mismo determinó en 2005, cuando ordenó que el Fondo abonara a López Alonso 1.200 millones de euros en concepto de intereses. ¿Es o no un cachondeo?.
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