Con el desarrollo de Naves Espaciales, la exploración del Universo y sus
misterios fue una constante. De esta forma llegó el descubrimiento que cambió
vertiginosamente el desarrollo tecnológico de las primeras Civilizaciones: sus Exploradores
hallaron una forma extraña de cristales, verdes y brillantes, muy cerca del
centro de las grandes formaciones nebulosas y próximas al peligroso núcleo de
algunas Galaxias —en donde muchas veces perecieron al ser absorbidos por
Agujeros Negros supermasivos—.
Entonces sus científicos tomaron muestras y las estudiaron intensamente,
concluyendo de que se trataba de un desconocido fenómeno de «transmigración» y
condensación de la Luz Mental al haberse creado el Universo Material.
Estos cristales eran diferentes a los conocidos en sus mundos de origen. El
reciente hallazgo de aquellos impresionantes objetos verdes brillantes ponía
todo en jaque: tenían un origen sobrenatural que les permitía acumular mayor
cantidad de energía que los cristales convencionales.
Ello, como es de imaginarse, supuso un gran salto tecnológico para aquellas
Civilizaciones que, con el transcurso del tiempo, fueron aplicando el empleo de
esos objetos para la industria, la Navegación Espacial, y más tarde para la
guerra. Les llamaron «Ergomenón». Y de acuerdo a su geometría y programación
podían ser aplicados a distintas tareas. Pero aún no habían visto todo.
EL CRISTAL MAESTRO
Un grupo de científicos decidió estudiar el centro de la Gran Nebulosa de
Orión. No era la primera vez que lo hacían, pero un accidente afortunado les
llevó a dar con el mayor de los descubrimientos.
La importante Nave, en la cual se desplazaban a través del torrente de
Radiación Ultravioleta de la Gran Nebulosa —y resistiendo las duras condiciones
allí reinantes— golpeó de pronto un objeto que inicialmente pensaron se trataba
de masa en formación. A través de sus pantallas vieron el cuerpo de roca, ya
fragmentado, y distinguieron en su interior descubierto un brillo esmeralda que
ya conocían.
Inmediatamente introdujeron el objeto en la Nave y, al limpiarlo de su
efectivo «camuflaje», se encontraron con un bellísimo cristal octaédrico, que
de inmediato se encendió y les mostró cual Oráculo el futuro de su
Civilización, una Gran Guerra que vendría, y la aparición de una Nueva Raza que
daría esperanza a todo el Universo.
Esto llegó a ser conocido como la Profecía de Anrrom, palabra que significa
«Día de la Gran Luz».
Los científicos que hallaron el Gran Cristal, sorprendidos, comprendieron
que aquel cuerpo había sido uno de los primeros en «pasar» al Universo Material
cuando el Plano entero fue creado. Representaba el camino por el cual la Luz
Mental se hizo sólida: una suerte de Alquimia Cósmica, y por ende el secreto de
cómo se habían «construido» los Planetas y Estrellas, los Portales y las
Galaxias. Aquel cristal maravilloso encerraba la Fórmula de la Creación.
¿Era un ser vivo aquel cristal? ¿Qué fuente mantenía el orden de su
perfecta estructura geométrica? ¿Cómo podía «ver» el futuro?
Sea cual fuese la respuesta, los Exploradores Extraterrestres no podían
abandonarlo a su suerte en el Espacio. Sabían que no tenían más remedio que
llevarlo con ellos. Finalmente lo tomaron como una misión, y se transformaron
en sus primeros Custodios.
Esta fue una razón de peso por la cual distintas Civilizaciones se
empezaron a interesar en la Nebulosa de Orión…
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